lunes, 10 de junio de 2013

GRACIAS, ALBERTO


 
Llegaste como río manso,
sin estridencias ni ruido.
Lejos las jerarquías,
los protocolos, los arrumacos.

Traías en tus alforjas el mensaje:
"Entre ellos; como uno de ellos,
portarás la Luz".

Y tu caminar es el nuestro:
Tu inquietud nuestros temores,
tu alegría nuestros logros,
tu pesar nuestros fracasos.

Comes a nuestra mesa,
bebes de nuestro vino.
No en manteles de hilo
ni en finos y ricos vasos.

Te basta el igualitario pan
y el humilde barro.

Tu palabra siempre certera,
siempre directa,
siempre maestra,
ilumina, como una estela,
el caminar incierto
de los débiles y olvidados.

Allá, justo donde se te necesita,
tu actitud de justicia estricta,
igualitaria, comprometida,
sin regateos ni cálculos.

Buceas en las esencias mismas del Evangelio
y nos ofreces frutos
de un Jesús de Nazaret
vivo, actual, humano...

Ya, la tierra mullida y abonada,
la simiente esparcida,
el granero preparado.

Sólo falta cuidar con tesón
la incipiente sementera.

Ahora que te alejas,
¡gracias, Alberto, por esta entrega
sin paliativos!

¡Gracias al Cielo, que nos ha dado
la oportunidad de conocerte!
 

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