lunes, 31 de marzo de 2014

X ESTACIÓN: JESÚS ES DESPOJADO DE SUS VESTIDURAS


Le quitaron sus vestiduras, la única posesión que le quedaba, la túnica hecha por María, y le dejaron desnudo delante de todos. Reconozco que me impresiona mucho imaginarme a Jesús así, sin nada, a la vista de todos; despojado de sus vestiduras. Vino al mundo sin nada entre las manos, y se fue del mismo modo, después de haberlo entregado todo.
Pero el despojo de Jesús empezó mucho antes. Al principio se había despojado de su rango de Dios. Después se despojó de su familia, de su trabajo, de su tiempo. Y finalmente de su propia vida. Quizá los soldados que le quitaban la túnica y le dejaban desnudo delante de todos pensaban que le estaban robando. Pero no era así, no podían robarle nada porque ya lo había entregado todo con su palabra, sus gestos y su vida. No le quedaba nada que dar entre los dedos y tal vez por ello tiene más fuerza el hecho de que fuera a la cruz sin nada. Porque así nos enseñó que para quien ama, no es posible retener. Que la vida se entrega al desnudo, sin plazos, de una sola vez y a corazón abierto.
Cada vez que contemplo a Jesús Despojado, no puedo dejar de mirar a todos los despojados que nos rodean. Porque él sigue en ellos, despojado de su rango, pasando por uno de tantos. Está en los que son desahuciados y por tanto despojados de su vivienda. En quien duerme en la calle y se vuelve prácticamente invisible a nuestros ojos. En los que no tienen más salida que vender su cuerpo, despojándolo de su dignidad. En quien es abandonado, despojado del cariño que toda persona debería tener...
Allí está Jesús, en los últimos, en los despojados. Nos está esperando, pero muchas veces nos es imposible llegar hasta él. Tenemos tantas cosas que nos atan, tantas obligaciones, tantos prejuicios, tantas barreras. Solo hay un camino, y es el que Él nos enseñó: el camino del despojo. Solo si nos quitamos todas estas vestiduras y ataduras podremos caminar para atenderle. Solo si entendemos que la única vida que merece la pena es la que se entrega, despojada de todo, podremos ser como Él y así salir al paso de todos los que nos necesitan. Es difícil, necesitamos su ayuda, pero Él va delante, marcando el  paso y el camino.

Daniel Cuesta Gómez sj


Hermandad de Penitencia de Nuestro Padre Jesús Despojado de sus vestiduras
y María Santísima de la Caridad y del Consuelo
Salamanca
Imagen: Manuel Torres Zapata

domingo, 30 de marzo de 2014

IV DOMINGO DE CUARESMA


¿CUÁL ES TU “SÓLO SÉ UNA COSA”? (Jn 9, 1-41)

Hace unos años, en el grupo de la Pascua de jóvenes en la que participé, había una chica ciega (aquí, como en el evangelio, tampoco voy a decir su nombre…)
En el atardecer del Viernes Santo tuvimos tiempo largo para orar, celebrar el sacramento de la reconciliación, tener acompañamiento personal, descansar… 
Dedicamos un buen rato a pasear por la playa: conversando, compartiendo… tanto que se hizo de noche.
De pronto me agobié porque no veía nada. Se supone que yo la guiaba y ahora no sabía si quiera dónde poner mi pie… Sentí una impotencia e inseguridad grandísimas. Fue entonces cuando me di cuenta de que sólo se había hecho de noche para mí pues ella “vive de noche” y sentí  que ninguna de las dos veíamos; que, en realidad, las dos estábamos ciegas. Ella, físicamente; pero yo también, en otra dimensión más honda…
¡Cuánto me costó decirle “vamos a volvernos porque yo no veo nada…”! Entonces comprendí… y esa sensación se me quedó grabada en mis sentidos y en mi corazón.
Recuerdo que en los días anteriores yo había reconocido mi admiración hacia ella por lo autónoma que es, su sentido del humor, sus conocimientos, su inteligencia, su conversación agradable y de hondura, su fe… Pero lo que más admiraba en ella eran sus cortas afirmaciones “de cajón”, de lógica aplastante, de certeza “sin dudar ni poder dudar”… Yo creo que esta es la verdadera fe; esa que está sustentada en la experiencia en verdad transformadora de la vida.
Así percibo al ciego del evangelio. Sólo sabe una cosa de Jesús que es “de cajón”: que antes era ciego y, por su acción en él, ahora ve… Ha tenido una experiencia tan “e-vidente” que por mucho que las distintas circunstancias que le rodean le son adversas, él defiende, da testimonio, disfruta y celebra su nueva identidad y su nueva vida; y también a quien se la ha hecho posible.
El que sea ciego de nacimiento parece que hace más imposible una curación.
Nos acostumbramos muchas veces, consciente o inconscientemente, a que aquello que tenemos “de raíz”: nuestras heridas, lo que nos constituye por la genética, la familia, la cultura. La imagen que nos forjamos o que nos devuelven los demás… es “inamovible”. Sin embargo, Jesús rompe esa nefasta “resignación”.
Otra cosa es la reacción de los testigos. ¿Acaso alguien se alegra de que haya recuperado la vista? Pues no. Ni siquiera la gente lo reconoce totalmente. Y es que, como lo conocen por su circunstancia de exclusión, “ciego que se sienta para pedir” y no por su nombre, su carácter, sus gustos, su historia… dudan incluso de que sea él mismo. A los fariseos no les importa nada que una persona haya sido salvada, sino que se enredan, discuten, pelean, elaboran casi un tratado de derecho para analizar “lo que está escrito en la ley” y lo culpable que es Jesús. E incluso los padres, atrapados por el miedo, se deshacen del “entuerto” devolviendo la cuestión a su propio hijo.
En poco tiempo, y precisamente por una Buena Noticia, se ve rodeado, impregnado, y en medio de juicios, críticas, justificaciones… Quizá era la primera vez que esta persona despertaba tanto interés en los demás… pero un interés que “maldice”, que no lleva al bien… que juzga y margina. Ante esto es pasmosa su libertad, nacida de lo “obvio” de su experiencia, que le lleva a afirmar con rotundidad: “Yo solo sé una cosa: que antes era ciego y ahora veo”.
¿Cuál o cuáles son tus “sólo sé una cosa”, tus anclajes?… ¿en qué experiencia o experiencias  se sustenta tu fe, y de la que brota lo que testimonias, a la que acudes  en momentos de crisis, y que es capaz de sacarte a flote en medio de las circunstancias cotidianas de la vida, por muy adversas que éstas sean?
Es Jesús quien, como con el ciego de nacimiento, toma la iniciativa, pero cuenta con tu libertad, voluntad, trabajo y fe personal. El ciego cree y obedece a lo que le ha indicado Jesús: se levanta, va a la piscina y se lava… Entonces recobra la vista…
¿Qué “piscinas y lavados” te indica Jesús como medios para dejarte recobrar la vista, para comprometer tu libertad, poner en juego tu persona y que Él te ponga en su Vida lúcida y verdadera?
Pero también soy testigo, y testigo de testigos, de experiencia de fe en la noche más oscura, llena de dudas,  dolor, incertidumbres o silencio; o de que simplemente aun no se haya vivido una experiencia de “Yo sólo sé…”. Y en éstas soy testigo, y testigo de testigos, de la experiencia de “una fe ciega”, del sólo CONFIAR, de sólo ESPERAR, de sólo creer por el credo de otros que te hablan con su vida de su “yo sólo sé…”. Esto es también verdad. Esto es también fe.
La cuaresma, los desiertos, los otros, los ciegos, los pobres y los padres, los sábados y los domingos, la gente que se cree importante y los que se saben ciegos, los amigos y los que no lo son tanto… nos invitan a abrirnos y reconocer al Dios de las “experiencias de lógica aplastante” de “hilo corto y simple” de “certeza existencial”; a Dios, que sana, que salva, que se da, que siempre está aunque no se sienta o no se sepa, que busca el bien y pasa haciendo el bien, que ama sin parar.
Mª Carmen Jiménez, fi

sábado, 29 de marzo de 2014

GRAN TORINO



Walt Kowalski, un trabajador del sector del automóvil jubilado, ocupa su tiempo con reparaciones domésticas, cerveza y visitas mensuales al peluquero. Aunque el último deseo de su difunta esposa fue que se confesara, para Walt, un resentido veterano de la Guerra de Corea que mantiene su rifle M-1 limpio y listo, no hay nada que confesar. Aquellos a los que solía considerar sus vecinos se han trasladado o han fallecido y han sido sustituidos por inmigrantes hmong, del sudeste asiático, que él desprecia. Ofendido por prácticamente todo lo que le rodea, Walt sólo espera a que llegue su última hora. Hasta la noche en que alguien intenta robar su Gran Torino del 72. Tan reluciente como estaba el día en que el propio Walt ayudó a sacarlo de la cadena de montaje hace décadas, el Gran Torino hace que su tímido vecino adolescente, Thao, entre en su vida cuando los pandilleros hmong presionan al chico para que intente robarlo. Pero Walt lo impide, convirtiéndose en el reacio héroe del barrio, especialmente para la madre y la hermana mayor de Thao, Sue, quien insiste en que Thao trabaje para Walt para enmendar su conducta.

viernes, 28 de marzo de 2014

IX ESTACIÓN: JESÚS CAE POR TERCERA VEZ


Cayó por primera vez… por segunda… y más tarde llegó la tercera caída. La más dura, la más humana. Estaba cansado, frustrado por las caídas anteriores y el peso que cada vez era más insoportable.
Muchas veces, nos enfadamos con el mundo y contigo, Jesús; te ayudamos a caer y eres pisado. Cuando no nos salen las cosas como queremos, con los agobios de las clases, exámenes, las tareas pendientes o cuando nos damos cuenta de que otro mes más nos ha invadido la sociedad en la que vivimos con su falta de humanidad, sencillez y paciencia.
Con todo eso, no nos damos cuenta de lo afortunados que somos, de todos los privilegios que tenemos, oportunidades y seres queridos que están siempre a nuestro lado incondicionalmente. Creo que es más que motivo para levantarse no sólo una vez sino aunque nos caigamos miles de veces.
Jesús cayó por tercera vez, la más dura; pero al igual que las dos primeras veces, ésta también se levantó. Se levantó con más fuerza. Porque era su lucha, su convicción, tomó el camino más difícil y se levantó una tercera vez por nosotros. Porque nos amaba.
Señor, te pido que cada vez que caiga me recuerdes que no tengo motivos para frustrarme o enfadarme. Que tengo un gran punto de apoyo en las personas que me rodean y me quieren. Que hay que levantarse siempre, pues no es fácil tomar el camino que no está hecho y arriesgar, pero que las cosas que merecen la pena conllevan esfuerzo y con ello tropiezos en el camino. Porque sé que cada vez que me caigo te paras a ayudarme a seguir y que mi peso lo llevas Tú cuando me siento agotada, aunque a veces se me olvide.

Pilar Usero Hercilla. Comunidad de Jóvenes “Ignacio Ellacuría”


jueves, 27 de marzo de 2014

FIJOS LOS OJOS EN CRISTO

No nos dejemos engañar por la tromba de palabras de esta canción. Podemos comprobar, si nos lo proponemos, que cada frase o cada estrofa posee dentro de sí mucho más de lo que aparentemente puede parecer. Leer o escuchar. Leer y escuchar. Detenerse en aquello que interpele. Desde el principio hasta el final. Hay tanto…
Sin embargo, también hay que dejarse llevar por la fuerza de la declamación y de la expulsión de tantas ideas que fluyen por la cabeza y por la boca. En ocasiones, así es como nos sentimos y no podemos parar esas palabras que van dando tumbos y que luchan por salir. Momentos difíciles, de debilidad, de lucha, y también de fortaleza y paso ligero. Cada día con su afán.
En este tiempo de caminar hacia la Pascua nos podemos encontrar a una gran cantidad de personas (María, Juan, Pedro…) y situaciones que nos pueden hacer mirar afuera y contemplar (caídas, insultos, latigazos, negaciones, sufrimiento, ayuda, acompañamientos, lágrimas, alegrías…). Y a la vez mirarnos a nosotros, más adentro, profundamente.  Aun así, los ojos que contemplan tantas cosas van a fijarse directamente en Él. Fijos los ojos en Cristo. Vida entregada, hasta el final.
El resto queda de tu mano. El resto queda en tu mirada.

“Atraído por tu cruz, por tu irresistible fuerza,
por tu amor, resurrección, por tu generosa entrega.
Mi mirada, mi interior, desde el corazón te digo,
pendiente de ti, fijos los ojos en Cristo.”

José Javier Redero Madruga

miércoles, 26 de marzo de 2014

VIII ESTACIÓN: JESÚS CONSUELA A LAS MUJERES


Durante varios días he gustado de contemplar esta escena. Y al dejarse tocar, una se siente parte de esas mujeres de Jerusalén. Una más. Mirada y consolada por Él.
Muchas veces me veo llorando, como ellas, pero no es un llorar de tristeza, de pena ni angustia, sino un llorar de lágrimas de cocodrilo, sollozos, lamentos, llantos egoístas. Me veo quejándome, por cosas a las que quizás uno da más importancia de la que en realidad tienen o porque las cosas no me salen como tenía planeadas, porque me encantaría tener controlados todos los detalles de una situación y no dejar espacio a la incertidumbre o por un “yo, mí, me, conmigo”. Y así me veo. Quejándome del tiempo, que me sobra o que me falta; protestando porque tengo muchas cosas que hacer; lamentándome de la incertidumbre que no tengo controlada;  preocupada de lo que vendrá o vino, del cómo será mañana o cómo fue el ayer; dejando de vivir el hoy, no disfrutando de las gentes que están ahora en mi vida, a mi alrededor. Yo, yo, yo y más yo. Quejas egoístas.
Y es aquí donde El aparece. Viene con su cruz a cuestas, habiendo sido entregado por uno de los suyos, con las rodillas amoratadas después de dos caídas,  con tantas cosas pasando por el corazón, sabiendo lo que le esperaba al final de aquel camino, con verdaderos motivos para llorar, con unos ojos de los que seguramente saldrían unas lágrimas bien amargas… Pero este hombre me vuelve a sorprender y aquí es donde gira su cabeza hacia mí, donde me mira con ojos de ternura, haciendo que todo de repente se pare. Un encuentro que produce un cambio una mirada que sana, quitando importancia a lo insignificante y dando importancia a lo que (y a quien) de verdad lo tiene.  
Y le agradezco que cambiara mi mirada y me girara la cabeza a lo importante. Gracias por mirarme en los pacientes, que durante estos días me has ido poniendo en el camino, con sus vidas difíciles y con su enfermedad, con su dolor, pero que a pesar de ello, ponen el acento en lo importante, sonríen a pesar de no tener fuerzas, se preocupan por los suyos  y le plantan cara a su enfermedad. En sus familiares, que muchas veces, con sus gestos, sus caricias, sus cuidados son destellos de ese amor incondicional, del que Tú eres mensajero. En el cariño de los que me rodean, que con ternura, como tú, me hacen relativizar las cosas, verlo desde otra perspectiva, coger distancia y quitando valor a lo insignificante. Gracias por aparecerte en “esos pequeños detalles”, que como decían el otro día los “pequeños” Nuwanda, nos acercan a la felicidad plena y difuminan esas lágrimas vacías y dibujan sonrisas.
Jesús, gracias por ser consuelo, por ser mirada.
Cámbianos la mirada. Enséñanos a “mirar como tú miras”.

Carmen, Comunidad de Jóvenes “Nuwanda”

martes, 25 de marzo de 2014

LA ANUNCIACIÓN


¿Y cómo diría yo 
lo que un ángel desbarata?
Fue como tener seguras 
las paredes de la casa
y en un vendaval sin ruido
ver que el techo se levanta
y entra Dios hasta la alcoba, diciendo:
“Llena de gracia,
no me levantes paredes
ni pongas muro a tu casa
que por entrar en tu historia
me salto yo las murallas.
Si Virgen, vas a ser madre
Si esposa, mi enamorada.
Si libre, por libre quiero
que digas: “He aquí la esclava”.
“He aquí la esclava”, le dije
y se quedó mi palabra sencilla
sencillamente arrodillada.

José Luis Blanco Vega sj

lunes, 24 de marzo de 2014

VII ESTACIÓN: JESÚS CAE POR SEGUNDA VEZ


Las recaídas duelen, destrozan, rompen, hieren... Pero Jesús nos muestra hoy que no nos podemos quedar ahí. Que si hay recaída también es porque antes hubo un esfuerzo, y triunfo, y retos, y valor. Aunque el futuro sea incierto, incluso aunque pueda caer otra vez. Siempre debemos seguir, reunir valor… Incluso si no vemos del todo claro que merezca la pena sufrir en vez de tirar la toalla.
Y hoy esto me habla a mí, mucho. Y es que, cuando se cae en algo una vez, y uno consigue levantarse, a menudo piensa que es para siempre. Pero la vida puede volver a superarte y la respuesta debería estar clara: levántate. La realidad es que las recaídas son muy duras, no es fácil llevar a la práctica un levántate por segunda vez, porque muchas veces dan ganas de rendirse, de no confiar, sobre todo en uno mismo. Pero es ahí justo donde coloco el mensaje: Si pudiste una vez, puedes una segunda vez, y una tercera porque no hay caída que el hombre no pueda soportar, y es característico del ser humano caer; porque somos frágiles, porque a pesar de ser guiados por uno más grande, a veces las oscuridades nos acechan, los miedos, las tentaciones, las propias inseguridades y también las enfermedades son un alto en el camino. Y nos hacen caer. Pero reunamos fuerzas, aprendamos de Jesús, que, en ese calvario, sigue enseñándonos que podemos, que debemos, que necesitamos levantarnos para seguir viviendo.
Al recaer es importante recordar que ya caímos una vez y que pudimos levantarnos, que el esfuerzo y el dolor mereció la pena. De nuevo, aunque la vida vuelva a ser dura, aunque nos vuelva a poder, debemos aprender a seguir adelante con los miedos, inseguridades, fracasos… reconociendo que Él nos quiere tal como somos y que en ese camino encontramos, como Jesús, personas que nos ayudan, que nos tienden la mano, y por supuesto, la oración que nos ayuda a crecer desde el interior y  nos da fuerza y valor. Las recaídas suele ser un momento de encuentro con uno mismo pero también de conocer a otros. De saber quiénes son nuestros amigos, nuestra familia, nuestros apoyos para levantarnos, razones con mucho peso para dar gracias a Dios en medio de todo ese sufrimiento y que nos demuestran que no estamos solos.
Como un compañero Jesuita me decía hace unos días, el camino de Jesús hasta la cruz está lleno de encuentros,  unos salvan y otros no son agradables (el encuentro con el suelo), pero todos son necesarios para valorar lo que se tiene en la vida, porque si nunca nos encontráramos con nuestros miedos, con nuestras inseguridades, con nuestra pequeñez y fragilidad tampoco sabríamos de todo lo que podemos ser capaces y todo lo bueno que la vida nos reserva.
Alicia Curto. Comunidad de Jóvenes "Ignacio Ellacuría"

domingo, 23 de marzo de 2014

III DOMINGO DE CUARESMA


El lugar donde vivo tiene la capacidad de transportarme a muchos de los fragmentos bíblicos. Es increíble cómo, 2000 años después, muchos de los elementos de esta sociedad guardan una perfecta simetría con las imágenes del Evangelio. Desde un mundo desarrollado como el nuestro, el contexto ha cambiado tanto que tenemos que hacer un esfuerzo por imaginar cómo sería vivir en tiempos de Jesús: el paisaje, las costumbres, las ropas, el significado de algunos gestos… Realmente es una gracia la que se me da, de poder contemplar algunas de las escenas del Evangelio, con tan sólo mirar a mi alrededor.
El evangelio de hoy es una de ellas… Una mujer y un pozo de agua. Puedo imaginarme a esta samaritana, una mujer que se cubre el cabello y que se viste con telas… el aire fatigado por las horas que lleva despierta trabajando… sus manos avejentadas antes de tiempo a causa de los esfuerzos y el sufrimiento. Quizás ha tenido que recorrer algunos kilómetros para venir a buscar el agua y llevarla a casa en un cántaro, haciendo equilibrios sobre su cabeza sin olvidar el niño que carga a sus espaldas; su cuerpo se agota al manejar un burro que carga la leña y soportando las temperaturas que azotan el Sahel. Una mujer que se para unos minutos a descansar pero sin que sean demasiados porque tiene que volver a la rutina de su vida: buscar la leña, preparar la comida, cuidar de cada uno de su cantidad infinita de hijos, construir los muros de su casa y lavar a mano la ropa, ir al mercado a vender lo poco que ha cultivado en el campo… Una mujer que es eje vertebral del funcionamiento de su familia y que, sin embargo es ninguneada por su marido, por sus hermanos, por su comunidad…
Esa es nuestra samaritana del Evangelio, una mujer fuerte y marcada por la vida; esa es en la que Jesús posa hoy su mirada… y esa es cada una de las niñas y no tan niñas, refugiadas o no, que buscan el agua cada día para que su familia pueda sobrevivir… Esas que son obligadas a dejar la escuela porque alguien tiene que encargarse de recorrer las distancias hasta la fuente o porque le han obligado a casarse o tener hijos demasiado pronto. Esas a quienes unos violan y otros maltratan. Esas a quienes niegan la voz y el voto…
Jesús devuelve hoy la dignidad a esa mujer… y hace un milagro tan sólo fijándose en ella, pidiéndole que le dé lo poquito que tiene: un simple vaso de agua… y ofreciendo a cambio todo lo que Él tiene: el Amor infinito del Padre, que repara, que cuida, que protege, que defiende, que dignifica...
Mirando esa simple escena, hoy me pregunto: ¿reparo yo en esas mujeres? ¿reparo yo en aquellos y aquellas a quienes otros olvidan? ¿qué les pido? Y, sobretodo… ¿qué les ofrezco?
Nade

viernes, 21 de marzo de 2014

VI ESTACIÓN: JESÚS ENCUENTRA A VERÓNICA


Una mujer se arriesga, sale de la fila, se expone a burlas, empujones de los soldados… pero esta mujer llena de compasión y misericordia se acerca a Jesús y le limpia el rostro.

En nuestro día a día  ¿Cuántas veces hemos tenido la ocasión de enjuagar las lágrimas y sudor  de aquellas personas que sufren? en un familiar, amigo, vecinos, compañeros… En cada una de esas personas está Dios.
Señor, estamos en tu  búsqueda, buscamos tu rostro. En esta estación  nos recuerdan que estas presente en cada persona que nos rodea y sobre todo en aquellos que sufren, Señor. Ayúdanos a  encontrarte en los pobres, en tus hermanos pequeños, para enjugar las lágrimas de los que lloran, hacernos cargo de los que sufren y ser  un apoyo firme para  los débiles.
Nos enseñas que una persona herida y olvidada no pierde ni su valor ni su dignidad, sino que es mi hermano o hermana.
Queremos orar por todos los que buscan tu rostro y lo encuentran.

"Tu rostro buscaré, Señor, no me escondas tu rostro" (Salmo 26, 8)

Elena Briz Gil. Comunidad de Jóvenes "Cardenal Martini sj"

jueves, 20 de marzo de 2014

LA PASIÓN EN CONTEMPLACIONES DE PAPEL


La Pasión es una historia que habla de nuestras historias. Una historia de heridas, aciertos, errores, encrucijadas, amor, muerte y esperanza. Una historia que es la de Jesús y quienes le rodearon, pero también la nuestra. Con esa premisa se adentra José María Rodríguez Olaizola en este relato, invitando al lector a recorrer también su propio camino.
Cada uno de los capítulos que conforma este libro tiene tres partes: a) Una contemplación (recreación literaria e imaginativa) de los principales episodios de la Pasión, desde el lavatorio de los pies a la sepultura de Jesús. b) Una reflexión sobre las dinámicas que están en juego, que es en realidad reflexión sobre la vida contemporánea y sobre cómo afrontar, desde la fe, las mil circunstancias del día a día. Y c) un breve poema-oración con el que se invita a dejar reposar lo leído. Un esquema sencillo, pero que funciona, y ayuda al lector a sumergirse en las escenas, narradas con libertad, imaginación y fidelidad. Es fácil reconocer la propia vida en muchas de las situaciones descritas. Los trazos con que se dibujan los personajes los vuelven cercanos, porque quien más, quien menos, podemos reconocernos en ellos. Hace ya cinco años Olaizola hizo lo mismo en "Contemplaciones de papel", en aquel caso adentrándose en la vida pública de Jesús. La Pasión tiene la particularidad de ser un relato más integrado, en el que cada escena comienza donde acaba el episodio anterior. La escritura coloquial, las referencias cinematográficas, literarias o sociales de sobra conocidas, dan al texto agilidad y frescura. Un libro que puede convertirse en nuestro libro de cabecera en esta Cuaresma.
“A veces hay que llorar, sin atascarnos en la propia fragilidad. A veces habrá que dejar que otros u Otro acojan el llanto y abracen nuestra flaqueza. A veces habrá que levantarse y seguir caminando, aun con los ojos anegados en lágrimas, recordando que la vida sigue; recordando que siempre estamos a tiempo de volver a sembrar lo arrancado; recordando que hay quien nos ama tal y como somos. Para que con esas lágrimas vertidas se abra también la puerta a una nueva esperanza”. (p. 96)

miércoles, 19 de marzo de 2014

JOSÉ DE NAZARET


Ocurrió hace unas semanas. El niño le acompañaba a casa de Mateo para llevar unos tablones. Por el camino advierten los restos ennegrecidos de la casa de Tamar. ¡Pobre muchacha…! Viuda, sola, y ahora leprosa… ¿Qué va a ser de ella? Cuando, hace poco más de un mes, se supo en el pueblo, se convirtió en una apestada. La expulsaron y quemaros su hogar. Desde la muerte de su esposo, Jesús solía hablar con ella, llevarle leña… Tal vez por eso, al ver los maderos carbonizados los dos se quedan en silencio. Tras unos minutos caminando sin decir nada, Jesús pregunta:
- ¿Es leprosa porque Dios se ha enfadado con ella?
José no sabe bien qué contestar, pero Jesús, como siempre, contesta a sus propias preguntas:
- No, Dios no puede ser tan cruel.
José le mira sorprendido. Entonces dice al niño:
- Sí, Dios es bueno.
Jesús sonríe, confirmado en sus intuiciones, y siguen en silencio. A la vuelta de casa de Mateo, Jesús vuelve a la carga:
- Papá, ¿cómo de bueno es Dios?
- ¿Qué quieres decir, Jesús?
- ¿Es bueno como el rabí? –pregunta el niño.
- Es mejor que el rabí –dice José sin saber muy bien cómo va a explicar esto. Ya puede ser Dios mejor que nuestro rabí orgulloso y exigente, que cuando le oyes hablar de los libros sagrados sales de la sinagoga con el corazón encogido, piensa para sus adentros.
Pero Jesús no pide aclaraciones.
- ¿Es bueno como un pastor cuando cuida el ganado?
José duda, pues sabe que en la escala de valoración del niño los pastores están muy arriba, mucho más que en el conjunto de la sociedad judía.
- No, Jesús; creo que Dios es mejor que un pastor.
- ¿Es Dios bueno como un padre? –pregunta Jesús.
José no duda esta vez. Sabe que él es tan pecador, y a menudo se siente tan indigno, que Dios no puede ser como él.
- No, Jesús, Dios es mejor que un padre.
El niño calla, y luego se ríe. José le mira, preguntándose qué vendrá ahora.
- Papá, Dios no puede ser más bueno que tú.
Lo dice sin bromear, con la seriedad que a veces asoma en sus ojos profundos, y en ellos ve el carpintero admiración, y gratitud, y confianza, y amor… y hasta se atreve a descubrir un poco de verdad. José siente un nudo en la garganta, y los ojos se le llenan de lágrimas. Camina rápido, pues no quiere que Jesús le vea así.

Tomado de Contemplaciones de papel (José Mª Rodríguez Olaizola sj)


martes, 18 de marzo de 2014

V ESTACIÓN: JESÚS ES AYUDADO POR EL CIRENEO


En la vida tenemos dos opciones: implicarnos con la realidad que tenemos a nuestro alrededor o ser indiferentes. El Cireneo se implicó con Jesús y le ayudó. Y Jesús, se deja ayudar. Ambos son signos de amor. El servicio y el amor van de la mano: “En todo amar y servir”.
En el camino de la Cuaresma,  tenemos el horizonte de la Pascua, de la llegada de la celebración de esos días  que dan sentido a nuestra fe y a nuestra forma de vivir la vida.
Esa vida, que es un regalo de mucho valor, y que no podemos desperdiciar. Ante nosotros, tenemos, cada día, un día más para hacer que cuente, para cambiar nuestra trayectoria y enfocarnos en lo que realmente importa: el amor a los demás y el amor a Dios.
Una forma de demostrar ese amor es dedicando nuestra vida al servicio de los demás. De los que tenemos más cerca, en nuestro día a día, actuando con amor, estando atentos a las necesidades de nuestros familiares, de nuestros amigos, de nuestros compañeros de estudio o de trabajo, de nuestros vecinos...y cuidándonos unos a otros. Porque todo ese trabajo de cuidados diario, que entra dentro de la burbuja de lo gratuito y de lo invisible, es imprescindible para el desarrollo de la vida y para la sostenibilidad de la misma. Y ya que gratis la hemos recibido, podemos contribuir a su desarrollo también de forma gratuita. Hay un término que he aprendido hace poco, es el de la “energía amorosa”, la energía de los cuidados del día a día que mueve el mundo, la energía que pido a Dios que mueva mi mundo.
Otra forma de dedicar nuestra vida al servicio de los demás es implicarnos con las realidades de los que están más lejos, no ser indiferentes, sino personas activas, responsables y comprometidas, que participan en propuestas de cambio para lograr un mundo más justo.  Si nos sentimos llamados a realizar una labor humanitaria, un voluntariado o a colaborar con proyectos en nuestro entorno o en otra parte del mundo que pretendan reducir la injusticia social, podemos convertirnos también en Cireneos. Al conocer realidades muy distintas a las mías, he aprendido que al ponerme a la altura de los más pequeños, es más fácil sentir el amor de Dios y poder transmitirlo a los demás.
Y Jesús se dejó ayudar. Y Él sirve de ejemplo también para cuando nos sentimos autosuficientes  y no dejamos que el otro nos eche una mano. O para cuando vamos a colaborar con un proyecto pensando que vamos a “salvar” a los “más necesitados”. Y es que hay algo común a todo ser humano que tenemos que desarrollar: nuestra capacidad para dar y recibir, para ayudar y dejarnos ayudar, para amar y dejarnos amar, nuestra capacidad para compartir VIDA.
“En todo amar y servir”; siendo consciente de que estos dos verbos dan sentido a mi vida y del gran regalo que recibo cada día, solo puedo ser feliz y vivir de forma agradecida.
Diana García, CVX en Salamanca

lunes, 17 de marzo de 2014

IV ESTACIÓN: JESÚS ENCUENTRA A SU MADRE


Jesús se encuentra con su madre. Pero no de cualquier manera, y no en cualquier momento. Se encuentra con ella camino de la Cruz, en esa soledad dolorosa que deja el corazón encogido, un nudo grande en la garganta, y lágrimas que caen sin poderse contener.
Jesús cae camino a la cruz, carga y sufre, llora, le duele el cuerpo. Y el corazón. Porque le han dejado solo, porque hay parte que no llega a entender,  porque solo le queda la confianza ciega. Y es ahí entre el dolor y el llanto, el sinsentido y el griterío del pueblo, que Dios le hace un guiño para decirle que no está solo, y lo hace de la mejor manera que lo podía haber hecho: Jesús se cruza con la mirada de su madre.
Reconozco que me emociona profundamente situarme “como si presente me hallase” en esa escena. Se me contagia ese nudo en la garganta de Jesús y el corazón late más fuerte.
Y es que siento que Dios sabe hacer las cosas, y no nos deja nunca solos. En los momentos de mayor debilidad, de mayor sufrimiento, sabe cómo hacerse presente y situarse a nuestro lado. Él ya sabe lo que necesitamos. Y es que este Dios es un Artista y se cuela de cualquier manera para susurrarnos, “No estás sola… No estás solo… Ten ánimo. Yo te quiero, y te acompaño”.
¿Qué mejor que la mirada de una madre para acompañar y alentar el camino de un hijo?
Seguro que fue una mirada que no estaba exenta de sufrimiento al percibir la entrega ya inevitable de su hijo, una mirada llena de angustia, una mirada empañada pero profundamente serena, capaz de transmitirle a Jesús el amor que le tenía. Una mirada capaz de decirle que no estaba solo, que le acompañaría también en este trance, una mirada capaz de abrazar, de consolar, de amar. Una mirada de madre.
Me emociona situarme ahí, e imaginarme a María mirando a Jesús, porque también, y como otras veces, me devuelve a mi vida, a mi propia historia. Y me devuelve a la mirada de mi madre acompañándome en este camino, raro para ella, (¡y hasta para mí!), que es la vida religiosa.
Me lleva a esa soledad honda de tener que elegir, (porque hay cosas que sólo puede hacer una misma), de dejar atrás ciertas cosas, apostar por otras que aparentemente no tienen sentido, dar el sí deseando una vida entregada que se parezca a este Crucificado, vivir la incomprensión de otros, y el propio titubeo en ocasiones… 
Y entre todo eso, me encuentro yo también con la mirada de mi propia madre, una mirada que me llena de confianza, de paz, de descanso. Y no porque a ella le ilusione mi elección, igual que María no entendía lo de la Cruz de su hijo; y no porque mi madre vaya a vivir las consecuencias de este camino que he comenzado hace no mucho, así como María no sería crucificada con Jesús. Sino que me llena de paz y confianza, porque descubro en ella, no solo los ojos de mi madre, sino la mirada de un Dios Padre que cuida de mí en el caminar cotidiano, diciéndome que me quiere por encima de todo, que me acompañará por encima de todo, que hay un Amor que es innegociable más allá de las decisiones, acciones, tareas...
Amor como el de María a Jesús. Como el que siento de mi madre hacia a mí. Como el de tu madre, tu padre, o alguna persona concreta hacia ti. Y en definitiva, como el del Padre a cada uno de nosotros, sus hijos.
María se encontró con Jesús, y estoy segura que a la vez que el corazón de María se encogía y dolía, la Cruz de Jesús pesaba cada vez menos. No estaba solo.
Bea García ss.cc.

domingo, 16 de marzo de 2014

II DOMINGO DE CUARESMA


El pasado domingo dejamos a Jesús en el desierto, solo, frente a sí mismo y las tentaciones que proceden del interior de cada uno. Parecía que la Cuaresma nos invitaba a buscar a Dios en la soledad, en el desierto como lugar donde no hay nada superfluo, donde uno se ve enfrentado con uno mismo y nada más…
Y esta semana, parece que la Cuaresma nos lleva al lugar opuesto. Jesús no está solo, sino acompañado de sus mejores amigos; Jesús no está en el desierto, sino en lo alto de una montaña, quizás con mucho más verde, con mejores vistas, con un aire fresquito de esos que gustan tanto… Y lo que parece más llamativo, Jesús no está acompañado por el demonio, por la parte más peligrosa de nosotros mismos, la que nos hace buscar el éxito fácil e insolidario. En este caso Jesús es ‘visitado’ por dos personajes muy importantes: nada menos que Moisés y Elías, el liberador y el profeta, el jefe de la tribu que lidera a su pueblo, y el profeta que les habla de Dios y de su Reino… Y en medio de eso, una voz salida del cielo que le proclama como el Hijo Predilecto de Dios, y nos urge a escucharlo. Casi nada.
La imagen parece la opuesta ¿verdad?
Quizás sea el primer mensaje de la Cuaresma esta semana: a Dios podemos buscarle y encontrarle en el interior de nosotros mismos, y descubrirle como seguridad, como fuerza frente a la tentación de querer destacar a cualquier precio, de querer triunfar a cualquier precio, de querer poner todo a nuestros pies. Pero también podemos buscarle y encontrarle en la comunidad, en el encuentro con los compañeros, en las experiencias agradables que compartimos, en los momentos de paz y disfrute…. Esos momentos que nos hacen decir, como a Pedro: ‘Quedémonos aquí todo el tiempo, vivamos así todo el tiempo’. ¿Quién de nosotros en una convivencia, en una acampada, tras una celebración bien preparada y sentida, en una pascua, en una misa del gallo, en una reunión en la parroquia o en la comunidad no ha pensado eso de ‘hagamos una tienda para quedarnos aquí siempre’...?
Quisiera compartir contigo tres llamadas que personalmente me hace este texto y que se repiten mucho últimamente. Seguro que todos nosotros experimentamos algo parecido.
La primera es la necesidad de vivir la fe con otros. También Jesús quiso subir a la montaña acompañado de Pedro, Santiago y Juan. La importancia de compartir, la importancia a veces de retirarse un poco de la vida de cada día para buscar espacios cuidados donde encontrarnos con otros y, de su mano, con Dios. Comunidad, encuentro, retiro, convivencia, espacio sereno donde disfrutar del gozo de seguir a Jesús…
La segunda es no creer que todo empezó con nosotros. Adán y Eva fueron el primer hombre y la primera mujer, pero no somos ni tú ni yo. Jesús se encontró con Moisés y con Elías, con dos creyentes en el mismo Dios que le habían precedido; que seguramente tuvieron los mismos miedos, las mismas ilusiones, los mismos proyectos, las mismas inquietudes y desafíos… Tampoco tu comunidad y la mía son las primeras. Somos una cadena que tiene futuro y que tiene presente, pero que también tiene pasado, y muy rico muchas veces. ¿Te has parado a pensar cómo viven su fe, que es la misma que la tuya, las personas más mayores de nuestra parroquia? ¿Conoces algo de cómo fueron las cosas antes de que tú llegaras aquí? No para imitarlas ni para sobrevalorarlas, sólo para caer en la cuenta de que, como Jesús, necesitamos saber de los que nos han precedido.
Y la tercera: nuestro encuentro con Dios, personal y comunitario, tiene un olor precioso, suponen muchas veces ‘un subidón’, dan ganas de quedarse con Él a solas, y con nuestros compañeros a solas toda la vida… Como el bueno de Pedro aquel día en el monte. Pero Jesús nos manda bajar, nos invita a salir, nos pide ser hombres y mujeres en el mundo y con el mundo. No vale con ‘quedarse aquí’, sino que hay que llevar el tesoro que hemos encontrado bien cerca del corazón, y recordarlo a menudo, pero para servir mejor a otros, para caminar de la mano de otros, ojalá para invitar también a otros a conocer a Jesús y subir con Él a la montaña desde donde se le ve relucir, brillar con ese inmenso corazón que tiene, y donde decidimos, sin miedo y de su mano, ponernos al servicio de otros.
Un abrazo y Feliz Cuaresma,
Alfonso Salgado, CVX en Salamanca

sábado, 15 de marzo de 2014

SUPERMAN, EL HOMBRE DE ACERO


Hay un hilo conductor que une los dos primeros domingos de nuestra Cuaresma: la identidad.
Jesús, en la prueba, descubre quién es, asume sus dificultades y es capaz de vencerlas poniendo su confianza en Dios. El relato de la Transfiguración, que proclamaremos en el II Domingo de Cuaresma, completa ese camino de identidad: Dios confirma a Jesús como Hijo de Dios, el Mesías esperado, pero un Mesías sufriente, como había profetizado Isaías.
A su luz podemos descubrir, también, quiénes somos nosotros: nuestras dudas e inquietudes, nuestras tentaciones, para, al final, ser reconocidos por Dios como hijos.
Hoy queremos invitarte a recorrer ese mismo camino apoyándote, además, en una película: “El hombre de acero” (2013), con unos paralelismos más que evidentes.
Desde Krypton, un lejano planeta muy avanzado tecnológicamente, un bebé es enviado en una cápsula a través del espacio a la Tierra para que viva entre los humanos. Educado en una granja en Kansas en los valores de sus padres adoptivos, Martha (Diane Lane) y Jonathan Kent (Kevin Costner), el joven Clark Kent (Henry Cavill) comienza desde niño a desarrollar poderes sobrehumanos, y al llegar a la edad adulta llega a la conclusión de que esos poderes le exigen grandes responsabilidades, para proteger no sólo a los que quiere, sino también para representar una esperanza para el mundo.

Si después de ver la película quieres trabajarla en un videoforum, os proponemos el material elaborado por “Jóvenesdehonianos”. En él podrás descubrir cómo la película que os proponemos, “Superman, el hombre de acero”, sólo quiere ser un puente entre Jesús de Nazaret y tú. Hay muchas similitudes que se han escrito entre Jesús y la película de Superman. En este caso se centra en tres momentos para ayudarnos en esta Cuaresma: su nacimiento, su vida como pescador y su Getsemaní. Os animamos a que os paréis y establezcáis un paralelo entre Jesús, Superman y vosotros, para descubriros en esta Cuaresma dentro del proyecto de Dios Un proyecto que, en cualquier caso, es “a soñar cosas grandes”.

viernes, 14 de marzo de 2014

III ESTACIÓN: JESÚS CAE POR PRIMERA VEZ


… y no lo vemos caer. Estamos distraídos, consumidos, evadidos o dormidos, cae empobrecido a nuestro lado y no lo vemos…

Jesús cae bajo el peso de la cruz, la cruz que yo le he puesto, lo se, no dejo de ser un poco cómplice de todo lo que está pasando ahora, aunque no soy un actor principal de los que aparecen en las crónicas como Pilato y Herodes, yo estaba allí, entre la muchedumbre que gritaba "¡Barrabas! ¡Barrabas!". Quizás yo no gritaba, pero con mi silencio asentía.
Ahora Jesús cae, pero ¿que pasa conmigo? al fin y al cabo bastante ocupado estoy yo con mis caídas, ¿no? Cuando consiga arreglar todas las cosas que tengo entre manos le ayudaré, si, definitivamente cuando acabe este proyecto y vuelva a tener tiempo para mí lo primero que haré será ir a donde está Jesús y decir "Hola buenos días, venía para ayudar.", si, iré, pero esta semana no que estoy muy ocupado.
El hombre cae bajo el peso del mundo en el que vive, de sus reglas del juego, de su manera de funcionar, bajo el peso de una sociedad de la que formo parte, quizás no soy un actor principal de los que salen en las noticias como Rajoy, Urdangarín o Merkel, pero yo estaba allí, el 7 de enero esperando a que empezaran las rebajas, o haciendo el corro en aquella pelea de la fiesta de la facultad, o aceptando aquel descuento del 21% correspondiente al IVA del chaperón de la lavadora. No me gustan estas reglas del juego, por eso no me dejo poseer por el ansia de consumo, en las peleas miro para otro lado, y no soy yo el que evade impuestos, pero es mi silencio el que perpetúa estas reglas, las mantiene vigentes a pesar de ser injustas, a pesar de que a nadie nos gusten.
El hombre cae, los hombres caen, a veces, hasta mi propio amigo, que lo tengo al lado, es un hombre que cae. Cae, pero no me doy cuenta, estoy tan ocupado con mí día a día que no soy capaz de ver su sufrimiento, y por culpa de esta ceguera no puedo ofrecerle mi ayuda, ofrecerle mi amor. Solo que me lo pidiera y dejaría todo para ayudarle, pero ahora estoy demasiado ocupado para estar pendiente de si esta bien o si esta mal, si esta mal me avisaría ¿no? La semana que viene, cuando haya acabado con todas estas cosas que tengo que hacer que me tienen agobiado, le llamo, quedamos para tomar un café, y que me cuente que tal le va la vida desde la última vez que nos vimos, que ya hace.
Raúl García Pulido, Comunidad "Ignacio Ellacuría"


jueves, 13 de marzo de 2014

LOS SIETE PECADOS CAPITALES


La propuesta del portal de pastoral juvenil y universitaria de losJesuitas quiere aprovechar las semanas de Cuaresma para reflexionar en torno a los pecados capitales, y “seguir peleando por crecer, por dentro y por fuera, para hacer del mundo un lugar más pleno”. ¿Qué son? ¿En qué sentido nos rompen? ¿Por qué luchar contra ellos? Y para ello es importante aclarar que Pecado no es “lo que me gusta, pero mi religión me prohíbe”. “No es lo bueno de la vida, que una religión castrante y represiva se empeña en anular”. Son, más bien, aquellas circunstancias en las que uno elige y apuesta por cosas que hacen que la vida sea menos plena. En realidad es aquello que, aunque aparentemente me llena, en realidad me está vaciando, o está vaciando y dañando a otros. Y por eso, porque lo hace todo peor, merece la pena luchar contra ello.
La propuesta que nos hacen desde Pastoralsj está basada en sencillas reflexiones “en clave de Dios” con una periodicidad semanal (los lunes hasta el lunes santo). Se trata de reflexiones con una estructura común, primero describir de qué estamos hablando, después explicar por qué es un problema -y hace la vida peor- y al final proponer una alternativa.

miércoles, 12 de marzo de 2014

II ESTACIÓN: JESÚS CARGA CON LA CRUZ


¿Sabes? Como bien dice un gran amigo jesuita, uno piensa que cuando crece las inseguridades y las incertidumbres irán disminuyendo, que esos miedos de niño irán desapareciendo, que con el paso de los años te va creciendo a la espalda poco a poco una capa mágica de súper héroe que te hace enfrentarte a cualquier reto sin dudas, sin temblores, sin vacilaciones… que te hará dejar de caminar y poder sobrevolar el camino que  nos queda por recorrer.
Pero no, ni mucho menos,  la vida en ocasiones te enfrenta a retos que te hacen darte cuenta que esa capa no existe y que de súper héroes tenemos poco.  Que a pesar de los años que uno tenga, cuando uno camina tiene que sentir como el asfalto  quema, abrasa… como la llanura se transforma en pendiente, como poco a poco los dolores son cada vez más intensos,  las fuerzas comienzan a escasear, la mochila ahoga y el cuerpo experimenta esa sensación que tan poco nos gusta sentir ni reconocer: dolor y fragilidad.
Y es justo en este momento donde aparece mi cruz, donde el dolor y la fragilidad dan lugar al miedo, porque a pesar de los años los miedos no desaparecen, no, los miedos se acrecientan, paralizan, incluso en este camino de la vida aparece alguno que nunca habíamos experimentado antes ¡quién nos lo iba a decir!
Uno está acostumbrado en el patio del colegio a correr hacia un niño que acaba de caer, cogerle de la mano, y mientras le pegas un gran achuchón y le limpias las lágrimas decirle: “tranquilo peque, no llores, no tengas miedo, no es nada, ya estoy yo aquí..." y por arte de magia el llanto desaparece.
Por desgracia ya no corremos por los patios de los colegios, una pena,  pero sí que podemos llegar a llorar y lloramos como niños. Como cuando has caído y roto el pantalón tantas veces remendado, cuando te sientes derrotado en el primer asalto sin que suene la campana, cuando el dolor inunda hasta la parte más pequeña de tu corazón, cuando lloras por todo y por nada, cuando te sientes tan solo como un pequeño granito de arena, cuando sientes tal miedo ante el abismo que se te presenta, ante el futuro que te espera, que tus piernas se paralizan y deciden no dar un paso más.
Pues bien, es justo en esos momentos cuando siento que alguien me agarra la mano, me limpia las lágrimas, me abraza para consolarme y me dice: “tranquilo Gato, no llores, no tengas miedo, no es nada, ya estoy yo aquí… yo cargaré con tu cruz”.
Ayer lo vi, ayer lo sentí… ayer sentí esa gran consolación. Ayer vi a Jesús sonriendo en Javier, me sonreía y de inmediato supe que mi cruz pesaba menos, mucho menos. Sentí que el miedo que me invade en estos momentos no paralizaba, sino que se transformaba en fuerzas para enfrentarme al futuro con valentía, con esperanza y con mucha fe. Vi claramente como Jesús cogía mi cruz y hacía que por arte de magia mi llanto desapareciera, como el pequeño que acaba de tropezar jugando al pilla pilla.
Hace unos días en la reunión que tuvimos con nuestros “pequeños y pequeñas” Nuwanda hablábamos de los miedos, las inseguridades y las incertidumbres que nos generaba el futuro, el pensar qué será de nosotros dentro de unos cuantos años en todos los aspectos de nuestra vida: estudios, trabajo, familia, amor, etc. Después de un buen rato hablando sobre ello les hicimos la siguiente pregunta: “¿Y Dios qué te dice sobre todo esto cuando te habla?”. Seremos monitores pero está claro que quienes tienen las respuestas son nuestros chicos cuando nos dijeron: “lo tenemos claro, cuando Dios nos habla nos dice: confía”.
Señor, doy gracias por tenerte a mi lado, por saber que pase lo que pase y por lo mucho que queme el asfalto del camino no voy solo en esta aventura. Sé que mis miedos, mis debilidades, mis sombras y mi desolación pueden llegar a esfumarse en el momento en el que Tú apareces, en el momento que tú agarras mi mano, limpias mi mejilla, me abrazas y me ayudas a levantarme.
Ayer te vi, y sé que no fui el único. Vi como cargabas con tu cruz que es la mía, pero sobre todo vi tu sonrisa, vi como reías, no podía ser de otra manera,  y escuché claramente como me susurrabas al oído: “confía Gato, no tengas miedo… CONFÍA”.
Gato. Comunidad de Jóvenes “Nuwanda”

martes, 11 de marzo de 2014

40 DÍAS CON LOS ÚLTIMOS


“La belleza misma del Evangelio no siempre puede ser adecuadamente manifestada por nosotros, pero hay un signo que no debe faltar jamás: la opción por los últimos, por aquellos que la sociedad descarta y desecha”. Esta cita del Papa Francisco (EG 195) resume la propuesta que los Marianistas elaboran para este tiempo de Cuaresma desde el año 2011.  “40 días con los últimos” pretende preparar la celebración de la Pascua con una invitación expresa a vivir este tiempo con la vista puesta en los últimos, en aquellos que la sociedad descarta y desecha.
Con esta propuesta “se trata de abrir nuestra mentalidad a nuevos horizontes, abrir nuestras manos en gestos solidarios, y abrir nuestro espíritu a la acción de Dios en nosotros”. Por eso, después de ofrecer informaciones y testimonios, el paso siguiente y consecuente es abrirnos y dejar que eso que hemos recibido nos transforme. La propuesta ofrece cada día un texto de la Sagrada Escritura, junto con una breve oración que nos ayuda a ponernos en manos de Dios. Este año la propuesta se centra en las desigualdades en el desarrollo humano: cómo está distribuido y especialmente cómo afecta a los más desfavorecidos. Desde la web –muy intuitiva y visualmente muy potente–, tenemos acceso a todo el contenido completo de campaña 2014. Entre los colaboradores de este año cuenta con economistas como Arcadi Oliveres, Pedro J. Gómez o Enrique Lluch.

lunes, 10 de marzo de 2014

I ESTACIÓN: JESÚS ES CONDENADO A MUERTE


Te condeno a no compartir mi tiempo, a no mirarte, a no reír contigo, a no escucharte, a no darte mi mano.... porque eres distinto a mí, hablas de forma diferente, crees en cosas que yo no entiendo. No eres ni el popular, ni el divertido. Me molesta tu torpeza. Quieres tener lo que yo tengo. Cuando pasas a mi lado no te miro, para mí eres invisible, aunque oiga tu voz, no te escucho. No quiero compartir mi vida, mi tiempo, mis sueños, mi historia contigo.
Te condeno, porque quizá si te escucho no puedo seguir viviendo como vivo, quizá sea incómodo tener menos, o incluso otros pueden señalarme, reírse de mí, o tal vez hasta se atrevan a condenarme por ponerme a tu lado y hacer de tu causa la mía. Aquí que cada palo aguante su vela. Mala suerte la tuya, yo lo siento. Esto no va conmigo.
Y así, cada vez que condeno a alguien voy levantando un muro, cierro de manera permanentemente o tapio puertas y ventanas, que eso también significa condenar. Y eso fue lo que pretendieron con la condena de Jesús, tratar de cerrar definitivamente la puerta al Reino de Dios que él anunció durante tres años. Y hoy, y ahora, seguimos cerrando puertas, impidiendo que otros lleguen a nuestro país buscando un futuro mejor; seguimos cerrando ventanas para no ver que fuera hay gente que no tiene casa, ni esperanza, ni nada en lo que creer. Cerramos la ventana y corremos las cortinas porque es mejor no ver qué pasa fuera de nuestra cómoda casa, y así, al cerrar, al tapiar, al condenar, evitamos exponernos a que el aire de fuera nos siente mal.
Condenar también es “echar a perder algo”. Con la condena a muerte de Jesús se pretendía acabar para siempre con todos los mensajes “incómodos” que él anunciaba. Vino a poner el mundo patas arriba diciendo que los últimos ya no serían los últimos, que los pequeños eran más importantes que los poderosos, y con su condena se pretendía poner fin a tanto mensaje inquietante. Era necesario acallar sus palabras incómodas, como también hoy silenciamos mensajes que hablan de alternativas que no incluyen sólo a los de siempre.
Jesús fue condenado a muerte. Jesús es condenado a muerte hoy también cada vez que cerramos la posibilidad a que los que menos tienen vivan mejor y tengan una ilusión por la que seguir adelante. A Jesús le condenaron a muerte y hoy sigo condenando cuando no quiero compartir mi tiempo y mi espacio con quien me necesita. 
¡Crucifícalo! La rotundidad de las palabras de entonces suena hoy con la fuerza de quien da un portazo en las narices a quien quiere entrar, y me veo a mi misma levantando muros, con la indiferencia, el olvido, el no querer escuchar o el no implicarme lo suficiente. Y sin querer o queriendo construyo muros, cierro ventanas, impido que circule el aire que todos necesitamos para respirar.
Entonces la mirada de Jesús se cuela por un agujero en tapia levantada. Su mirada nos invita a librarnos del miedo a perder nuestras seguridades, la auténtica invitación a no lavarnos las manos, sino a pringárnoslas con la vida de quienes hoy son condenados. Su mirada nos invita a mirar de otro modo, a escuchar, a acompañar, a derribar los muros y abrir ventanas. La oportunidad es nuestra, sólo hay que aprovecharla.

Raquel Gómez Díaz, CVX en Salamanca