miércoles, 12 de marzo de 2014

II ESTACIÓN: JESÚS CARGA CON LA CRUZ


¿Sabes? Como bien dice un gran amigo jesuita, uno piensa que cuando crece las inseguridades y las incertidumbres irán disminuyendo, que esos miedos de niño irán desapareciendo, que con el paso de los años te va creciendo a la espalda poco a poco una capa mágica de súper héroe que te hace enfrentarte a cualquier reto sin dudas, sin temblores, sin vacilaciones… que te hará dejar de caminar y poder sobrevolar el camino que  nos queda por recorrer.
Pero no, ni mucho menos,  la vida en ocasiones te enfrenta a retos que te hacen darte cuenta que esa capa no existe y que de súper héroes tenemos poco.  Que a pesar de los años que uno tenga, cuando uno camina tiene que sentir como el asfalto  quema, abrasa… como la llanura se transforma en pendiente, como poco a poco los dolores son cada vez más intensos,  las fuerzas comienzan a escasear, la mochila ahoga y el cuerpo experimenta esa sensación que tan poco nos gusta sentir ni reconocer: dolor y fragilidad.
Y es justo en este momento donde aparece mi cruz, donde el dolor y la fragilidad dan lugar al miedo, porque a pesar de los años los miedos no desaparecen, no, los miedos se acrecientan, paralizan, incluso en este camino de la vida aparece alguno que nunca habíamos experimentado antes ¡quién nos lo iba a decir!
Uno está acostumbrado en el patio del colegio a correr hacia un niño que acaba de caer, cogerle de la mano, y mientras le pegas un gran achuchón y le limpias las lágrimas decirle: “tranquilo peque, no llores, no tengas miedo, no es nada, ya estoy yo aquí..." y por arte de magia el llanto desaparece.
Por desgracia ya no corremos por los patios de los colegios, una pena,  pero sí que podemos llegar a llorar y lloramos como niños. Como cuando has caído y roto el pantalón tantas veces remendado, cuando te sientes derrotado en el primer asalto sin que suene la campana, cuando el dolor inunda hasta la parte más pequeña de tu corazón, cuando lloras por todo y por nada, cuando te sientes tan solo como un pequeño granito de arena, cuando sientes tal miedo ante el abismo que se te presenta, ante el futuro que te espera, que tus piernas se paralizan y deciden no dar un paso más.
Pues bien, es justo en esos momentos cuando siento que alguien me agarra la mano, me limpia las lágrimas, me abraza para consolarme y me dice: “tranquilo Gato, no llores, no tengas miedo, no es nada, ya estoy yo aquí… yo cargaré con tu cruz”.
Ayer lo vi, ayer lo sentí… ayer sentí esa gran consolación. Ayer vi a Jesús sonriendo en Javier, me sonreía y de inmediato supe que mi cruz pesaba menos, mucho menos. Sentí que el miedo que me invade en estos momentos no paralizaba, sino que se transformaba en fuerzas para enfrentarme al futuro con valentía, con esperanza y con mucha fe. Vi claramente como Jesús cogía mi cruz y hacía que por arte de magia mi llanto desapareciera, como el pequeño que acaba de tropezar jugando al pilla pilla.
Hace unos días en la reunión que tuvimos con nuestros “pequeños y pequeñas” Nuwanda hablábamos de los miedos, las inseguridades y las incertidumbres que nos generaba el futuro, el pensar qué será de nosotros dentro de unos cuantos años en todos los aspectos de nuestra vida: estudios, trabajo, familia, amor, etc. Después de un buen rato hablando sobre ello les hicimos la siguiente pregunta: “¿Y Dios qué te dice sobre todo esto cuando te habla?”. Seremos monitores pero está claro que quienes tienen las respuestas son nuestros chicos cuando nos dijeron: “lo tenemos claro, cuando Dios nos habla nos dice: confía”.
Señor, doy gracias por tenerte a mi lado, por saber que pase lo que pase y por lo mucho que queme el asfalto del camino no voy solo en esta aventura. Sé que mis miedos, mis debilidades, mis sombras y mi desolación pueden llegar a esfumarse en el momento en el que Tú apareces, en el momento que tú agarras mi mano, limpias mi mejilla, me abrazas y me ayudas a levantarme.
Ayer te vi, y sé que no fui el único. Vi como cargabas con tu cruz que es la mía, pero sobre todo vi tu sonrisa, vi como reías, no podía ser de otra manera,  y escuché claramente como me susurrabas al oído: “confía Gato, no tengas miedo… CONFÍA”.
Gato. Comunidad de Jóvenes “Nuwanda”

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