miércoles, 26 de marzo de 2014

VIII ESTACIÓN: JESÚS CONSUELA A LAS MUJERES


Durante varios días he gustado de contemplar esta escena. Y al dejarse tocar, una se siente parte de esas mujeres de Jerusalén. Una más. Mirada y consolada por Él.
Muchas veces me veo llorando, como ellas, pero no es un llorar de tristeza, de pena ni angustia, sino un llorar de lágrimas de cocodrilo, sollozos, lamentos, llantos egoístas. Me veo quejándome, por cosas a las que quizás uno da más importancia de la que en realidad tienen o porque las cosas no me salen como tenía planeadas, porque me encantaría tener controlados todos los detalles de una situación y no dejar espacio a la incertidumbre o por un “yo, mí, me, conmigo”. Y así me veo. Quejándome del tiempo, que me sobra o que me falta; protestando porque tengo muchas cosas que hacer; lamentándome de la incertidumbre que no tengo controlada;  preocupada de lo que vendrá o vino, del cómo será mañana o cómo fue el ayer; dejando de vivir el hoy, no disfrutando de las gentes que están ahora en mi vida, a mi alrededor. Yo, yo, yo y más yo. Quejas egoístas.
Y es aquí donde El aparece. Viene con su cruz a cuestas, habiendo sido entregado por uno de los suyos, con las rodillas amoratadas después de dos caídas,  con tantas cosas pasando por el corazón, sabiendo lo que le esperaba al final de aquel camino, con verdaderos motivos para llorar, con unos ojos de los que seguramente saldrían unas lágrimas bien amargas… Pero este hombre me vuelve a sorprender y aquí es donde gira su cabeza hacia mí, donde me mira con ojos de ternura, haciendo que todo de repente se pare. Un encuentro que produce un cambio una mirada que sana, quitando importancia a lo insignificante y dando importancia a lo que (y a quien) de verdad lo tiene.  
Y le agradezco que cambiara mi mirada y me girara la cabeza a lo importante. Gracias por mirarme en los pacientes, que durante estos días me has ido poniendo en el camino, con sus vidas difíciles y con su enfermedad, con su dolor, pero que a pesar de ello, ponen el acento en lo importante, sonríen a pesar de no tener fuerzas, se preocupan por los suyos  y le plantan cara a su enfermedad. En sus familiares, que muchas veces, con sus gestos, sus caricias, sus cuidados son destellos de ese amor incondicional, del que Tú eres mensajero. En el cariño de los que me rodean, que con ternura, como tú, me hacen relativizar las cosas, verlo desde otra perspectiva, coger distancia y quitando valor a lo insignificante. Gracias por aparecerte en “esos pequeños detalles”, que como decían el otro día los “pequeños” Nuwanda, nos acercan a la felicidad plena y difuminan esas lágrimas vacías y dibujan sonrisas.
Jesús, gracias por ser consuelo, por ser mirada.
Cámbianos la mirada. Enséñanos a “mirar como tú miras”.

Carmen, Comunidad de Jóvenes “Nuwanda”

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